sábado, 14 de octubre de 2023

y 8) De las casas, restaurantes y algunas curiosidades


Viajamos a Chipre para conocer la isla, en la medida de lo posible, durante dos semanas. Tras estudiar la situación de este país dividido (y enfrentado) entre la República de Chipre, la griega, con su gobierno con legitimidad internacional, y la República Turca del Norte de Chipre, algo así como un país fantasma que nadie reconoce, decidimos afincarnos en la parte griega y hacer alguna escapada al norte turco. Todo esto ya lo hemos contado en las entradas anteriores. En esta, para concluir el relato, hablaremos de las casas en las que residimos, de la comida en Chipre y de algún que otro detalle no mencionado hasta ahora.

Alquilamos dos casas en zonas distantes para que nos fuera más sencillo cubrir la geografía de la isla sin hacer grandes desplazamientos en coche: los siete primeros días en Peyia, junto a Pafos, al oeste; y los seis siguientes en Ora, un pueblecito junto a las montañas Troodos, en el centro.

Zona de Peyia


Nuestra primera casa, Villa Meletis,  estaba en la costa, y desde la terraza y la piscina teníamos el mar a la vista y playas a muy poca distancia.


Se trataba de una casa moderna, de dos plantas, bien amueblada, con un dormitorio en la planta baja y tres en la superior, con sus correspondientes baños.


Como se puede deducir de la imagen, la casa fue un lugar en el que disfrutamos, y muy adecuado para una confluencia de amigos.


Las puestas de sol emocionaban, teníamos arenales muy cerquita y una gran tranquilidad en la zona a pesar de las obras del paseo marítimo que se desarrollaban en las inmediaciones.

White River Beach, la playa más cercana a nuestra casa

Por allí solo había un pequeño grupo, como media docena, de viviendas similares, por lo que la ubicación tenía un punto extremo en el medio de urbanización todavía en ciernes.


Sin embargo, es probable que dentro de no mucho tiempo la situación sea otra. El paseo marítimo que están construyendo  delante de la casa con seguridad traerá más viviendas y urbanizaciones, más gente y más coches. De momento, a nosotros nos incordió por tener que llegar a la casa por una polvorienta pista de tierra entre máquinas y zanjas, pero sin más.

La cocina estaba unida al salón y junto a la terraza exterior en la que desayunamos todos los días

Las dimensiones de nuestra cocina-salón-comedor eran casi excesivas, especialmente sí tenemos en cuenta que todas las comidas las hicimos en la terraza.


Resumiendo, que estuvimos muy cómodos y no tuvimos ningún problema con los servicios de la casa y el proceso de alquiler.


Lo mismo sucedió con el alquiler del coche. Utilizamos una Nissan Serena de ocho plazas, que para los trece días salió por 1050 euros con seguro a todo riesgo incluido.

Viajando siete en la van teníamos suficiente amplitud aunque no se puede decir que fuéramos precisamente "holgados"

La empresa fue muy seria, cero problemas. El único detalle que nos llamó la atención fue el llenado del depósito de combustible para entregarlo: no valía que estuviera a tope, tenías que llevar el ticket de la gasolinera para demostrar que estaba cerca, o bien llenarlo con ellos cuando nos llevaran al aeropuerto, situado a un kilómetro. Optamos por la segunda opción.

En la distancia, el Viklary recordaba un castillo medieval en un oasis

Para el primer día habíamos localizado un restaurante cercano aunque en medio de la nada, al que se llegaba por pistas de tierra bien empinadas.


No teníamos ninguna referencia, pero era un lugar enorme en el que se comía debajo de un gigantesco emparrado, tipo mesón digamos.


Y el menú era único, una especie de churrasco con pollo a la brasa y carne de cerdo, más patatas fritas y ensalada.

El pollo lo hacían con brasas en un rudimentario horno

La comida resultó agradable y abundante, y a un precio razonable. Afortunadamente pedimos seis raciones y aún así sobró. La comida con las bebidas más café (postres no servían), 113 euros.

Impresionante iglesia de Peyia

En un par de ocasiones nos acercamos a Peyia, localidad en cuyo municipio residíamos donde había una panadería/pastelería excelente, Papantoniu . Es un pueblo de unos 3.000 habitantes construido en una ladera, lo que viene a significar que abundan las cuestas. Viniendo de Vigo, algo que no sorprende demasiado. Es conocido por el elevado número de británicos expatriados que allí residen. A nosotros nos recordó mucho a Arona o Adeje, en el sur de Tenerife.


El edificio que más nos llamó la atención fue la iglesia de la Virgen María, de la que no hemos encontrado referencias.

Las iglesias solían tener estos asientos, que sirven también para estar de pie con los brazos apoyados

Cuando entramos abandonaban el templo, muy llamativo y decorado, con bastante similitud a la iglesia de Kikkos, las personas que habían asistido a un funeral. Estuvimos unos minutos viendo la iglesia y en el momento de salir una señora se nos acercó y nos dio una bolsa con frutos secos, granada y pasas. No sabíamos a qué se debía, pero concluimos que se lo daban a los asistentes. 

Aperitivo para los asistentes al funeral

Por tanto, debió pensar que llegábamos tarde o simplemente le sobraban bolsas. Se lo agradecimos y los tomamos, claro.


Uno de los días cenamos en un restaurante de Peyia situado en la carretera a Pafos. Era el Elisaveta, que tenía en Tripadvisor una puntuación excepcional. Resultó un acierto.

Musaka del Elisaveta

De entrada, la chica que nos atendió, Georgia, simpática y comunicativa, nos trató con esmero. Nos contó que la familia procedía de Grecia y llevaban afincados allí varios años. Tomamos un entrante de champiñones con queso, más otro cortesía de la casa. Y después, cordero de distintas formas y musaka. Con las bebidas, vino y cervezas, 169 euros. Salimos muy satisfechos.

Uno de las especialidades de cordero


Zona de Ora


Una semana después de nuestra llegada nos trasladamos a la segunda vivienda, situada en la periferia de un pequeño pueblecito, Ora. Era también una casa excelente, la Pluto Luxury Villa, incluso despampanante, diseñada por una arquitecta conocida. Su estructura era similar: dos plantas y todos los dormitorios en la superior. La baja era diáfana, pero con estructura en forma de ele.


Enclavada en una enorme finca ubicada un poco más alta que el pueblo, tenía unas vistas espectaculares sobre las montañas. También una hermosa piscina, de 10 x 5 metros, aunque en el interior de la isla las temperaturas no eran tan altas.


Desde su enorme salón-comedor, una gigantesca cristalera daba luz y conectaba con la terraza y el jardín. El saliente de la planta superior cubría esta terraza alargada.


Había una segunda terraza cubierta con un toldo empatando con la cocina, donde disfrutamos de muy agradables desayunos,


No hay que insistir en que estábamos cómodos y con una amplitud casi exagerada, un gustazo.


A la llegada se acercó el encargado de explicarnos los detalles, curiosamente un bombero rural de la zona, aunque ya estábamos dentro al disponer de la clave para acceder a la llave en un cajetín junto a la puerta. Gracias a ello cuando ya la habíamos recorrido.


El único problemilla en esta casa fue con la temperatura del agua de la piscina. Nos había ofrecido este encargado la opción de tenerla climatizada abonando 200 euros suplementarios, y no hubo tal climatización, salvo al principio. Cuando fuimos conscientes, la víspera de irnos, se lo dijimos por wasap y se deshizo en disculpas, que tendríamos que habérselo dicho antes para resolverlo. Culpas compartidas, pero lo cierto es que pasábamos casi todos los días fuera y al volver el agua estaba fresca, pero dudábamos si era la temperatura que tenía que tener. Al final quedó claro que estaba fría, pero ya no tenía remedio.


Un mesa junto a la cocina servía también para los juegos de mesa en los que a veces nos enfrascábamos.


La amplitud de la casa y sus distintos rincones era excepcional, con más dormitorios daría cabida con comodidad a grupos más numerosos.



Los dormitorios eran amplios y amueblados decentemente. Dos de ellos compartían el baño que se encontraba en medio. En resumen, una casa a la que se le podían poner muy pocos peros.


El día que llegamos dimos una vuelta por Ora, un pueblo pequeño con escasas dotaciones y un solo restaurante, que finalmente no probamos. En el acceso, una escultura con un soldado relativa al conflicto con los turcos. La fecha de 1974 alude a la invasión del norte; el resto, en griego, hay que imaginarlo.


Muy cerca de la iglesia, en este pueblecito mantienen una cabina telefónica, algo que actualmente sorprende. A la vista de las sillas y la mesa dedujimos que era un punto caliente de tertulia.


Y el templo, del estilo de todos los que vimos: un retablo enorme con imágenes de santos, grandes lámparas, los asientos de siempre y muy cuidado. Ese día, sin público, un sacerdote y dos personas en apariencia seglares, leían y salmodiaban textos religiosos continuamente de unos libros enormes. Se relevaban y acompañaban, pero no cejaban. Volvimos al cabo de una hora, tras recorrer el pueblo, y allí seguían, visiblemente implicados pero en soledad. Quizás los vecinos los escuchaban a través de los altavoces exteriores. 

Lo más parecido a una oficina de correos, en aparente desuso.


En una de las excursiones hicimos por acercarnos a un pueblo entre montañas llamado Pano Lefkara, denominación que alude a la piedra caliza blanca de la zona. Es una población pequeña, de algo más de un millar de habitantes, pero muy conocida en Chipre por sus encajes y la artesanía de la plata. Resultó un pueblo intrincado pero bastante chulo, con Kakopetria lo más destacable.

Pano Lefkara

Calles empedradas en el centro de Pano Lefkara

Fue una visita rápida, a media tarde, para buscar donde cenar. Recorrimos sus calles céntricas, estrechas y muchas de ellas empedradas, y comprobamos que había varias joyerías y también comercios que mostraban los que debían ser los encajes que dan fama a la localidad. Y mucho visitante en una jornada de sábado.

Restaurante de Pano Lefkara, con vistas sobre la plaza

Cenamos en el restaurante Pavilion y la comida estuvo bien, sin más. Como el pueblo, tenía saborcillo a casero y a historia. Después, regresamos a casa que al día siguiente había que  madrugar para la excursión a Chipre norte. En general no se puede decir que la comida chipriota nos entusiasmara. Es como una hermana pequeña de la griega: souvlaki, sasiki, mezze... pero nos convenció más esta última en su momento, unos años antes.

Y concluye aquí el relato de estas dos semanas por la tercera isla más grande del Mediterráneo, después de Sicilia (donde habíamos estado un año antes) y Cerdeña, pendiente de visitar. No tuvimos problema alguno y nos movimos por el país por carreteras decentes, incluso cuando estábamos por las montañas. Y entre las principales ciudades, autopistas de dos e incluso tres carriles, siempre gratuitas, algo que nos nos desagradó, como es fácil imaginar.

También fueron gratis la mayoría de las visitas a los museos, castillos, sitios arqueológicos y demás por el simple hecho de rebasar la barrera de los 65. Una buena cosa, ya que la tarifa habitual era de 4,50 euros y fueron unos cuantos.

Asientos para tertulia en Pafos, pero con el nombre de los usuarios

Con los vuelos tampoco sufrimos incidencia alguna. Señalar que volamos a la ida desde Oporto en una ruta nocturna que salió del aeropuerto Sa Carneiro a las 00:30 hora portuguesa, y tras la escala en Atenas, pasadas las nueve la mañana estábamos en Larnaca. Un horario nocturno que pensábamos que no existía por aquello de que los aeropuertos en zonas próximas a ciudades suelen estar cerrados de noche. En la escala en Atenas, las dos veces, fue un poco incordiante tener que volver a pasar el equipaje de mano y nosotros por los escáneres. Esto nos obligó a movernos con rapidez para evitar riesgos. Tampoco lo entendimos, pues se trataba de vuelos internos dentro de la Unión Europea.

Aparte de estos detalles, que algunos siempre hay al salir de la zona de confort, todo resultó a pedir de boca. Por ello, ya estamos pensando en la siguiente salida, por supuesto. Y cuando sea, posiblemente en cuestión de un par de meses, dejaremos constancia en este blog.

Hasta entonces!

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